El término estrés deriva del inglés “stress” y significa fatiga. Se trata de una reacción física y emocional que todos experimentamos cuando enfrentamos cambios en nuestras vidas, aunque hay personas que son más vulnerables. Los efectos son positivos cuando nos llevan a afrontar de manera constructiva los problemas cotidianos y los retos, y negativos cuando el estado de alerta y ansiedad se vuelve constante en nuestras vidas.
Cuando la persona se encuentra en una situación estresante experimenta síntomas negativos como tensión, irritabilidad, insomnio, músculos tensos, temblor en las manos, preocupación, tristeza,… Algunas personas encuentran una forma saludable de paliar dichos síntomas mientras que otras recurren a comportamientos disfuncionales, como el consumo de drogas. Esto puede ocurrir cuando la persona carece de habilidades para controlar la situación estresante o para manejar sus propias emociones y buscar apoyo social. De esta manera, la droga se convierte en un distractor que le permite a la persona aliviar la sensación de malestar. El consumo, por tanto, se llevaría a cabo con el fin de escapar de situaciones estresantes ambientales o síntomas de malestar interno.
Esta forma de afrontamiento del estrés por parte de personas adictas tiene una relación directa con las alteraciones psicopatológicas frecuentemente asociadas a la adicción y se encuentra en la base del desarrollo de patrones disfuncionales de comportamiento. Por tanto, la patología dual se torna una vez más en la diana de tratamiento. Fomentar la adquisición de habilidades de resolución de conflictos y reducir los niveles de activación emocional permite disminuir los niveles de consumo y dependencia y reducir los síntomas psicopatológicos. La persona adicta debe aprender, con apoyo psicoterapéutico, a interpretar y resolver situaciones ambiguas y desarrollar la capacidad para evaluarlas con la consecuente adecuada toma de decisiones.
El estrés puede aparecer a lo largo de todo el proceso adictivo. Al inicio del consumo, como factor de riesgo. La repetición y el mantenimiento del mismo propicia la aparición de problemas varios: discusiones familiares, ausencias laborales, aislamiento,… que a su vez ayudan a cronificar la adicción y donde la retirada de la sustancia conlleva de nuevo a la necesidad imperiosa de volver a consumir con el fin de buscar un efecto gratificante a corto plazo.
Cuando la persona adicta acude a tratamiento lo hace en una situación de estrés importante derivado de las consecuencias físicas, psicológicas, sociales y familiares ocasionadas por el consumo. Las recaídas producidas en fases de abstinencia, también parte del proceso terapéutico, no son más que situaciones de estrés, de deseo por el consumo (craving).
Las secuelas neuropsicológicas asociadas a una situación de estrés afectan fundamentalmente a la memoria de trabajo y a la capacidad de aprendizaje tanto a corto como a largo plazo. Recordemos que la persona con ansiedad a menudo tiene dificultades para afrontar problemas cotidianos y tomar decisiones. La estructura cerebral implicada en estos procesos cognitivos es el hipocampo.
Estos déficits limitan, entre otros, la capacidad de monitorear la conducta dirigida a un plan. Situación frecuente en la población adicta. El entrenamiento neurocognitivo permitiría incrementar la liberación del neurotransmisor dopamina, fundamental en el proceso de aprendizaje y en las sensaciones de placer, en el núcleo caudado. Elevar las concentraciones de dopamina no sólo contribuye a fijar los conocimientos, también a mejorar nuestro estado emocional. La amígdala, una estructura cerebral conectada al hipocampo, sería la responsable del aprendizaje emocional.